Políticos y pensadores del siglo XIX
Ideas e ideales
En materia filosófica, era discípulo de la escuela de la Compte y de Litré —reconocía el liberal hondureño Adolfo Zúñiga, uno de sus seguidores incondicionales. Por eso creía que el progreso social era, ante todo, progreso mental y que este condicionaba a aquél
El más controvertido de los políticos nicaragüenses del siglo antepasado fue Máximo Jerez (León, 1818-Washington, 1881): Factotum de las contiendas civiles, o más bien inciviles, de 1854, 1863, 1869 y del intento de invasión desde Honduras en 1875, encarnó el credo demoliberal de su tiempo, plasmándolo en una aspiración: la unidad centroamericana.
Ideas filosóficas y políticas
Jerez no solo se entregó a la praxis bélica y pública, sino también a la teoría y a la exposición magisteriales, aunque no dejó ningún escrito doctrinal. Su producción impresa fue escasa: dictámenes jurídicos, opúsculos justificativos de su conducta en el parlamento o en el campo de batalla, proclamas, órdenes generales, noticias de guerra y numerosas cartas. Sin embargo, la dimensión esencial que heredaría a sus coetáneos y correligionarios conformó su idealismo romántico y garibaldino. Jerez no fue el fundador del Partido Liberal, pero sí su principal inspirador ideológico.
En materia filosófica, era discípulo de la escuela de la Compte y de Litré —reconocía el liberal hondureño Adolfo Zúñiga, uno de sus seguidores incondicionales. Por eso creía que el progreso social era, ante todo, progreso mental y que este condicionaba a aquél. Así, superando las fases teológicas y metafísicas, profesaba el positivismo y ejercía la convicción anticlerical. De ahí que sus partidarios erigieran su estatua en el parque de León (además de bautizarlo con su apellido) de espaldas a Catedral. “Duerme que tus soldados velan”, reza la frase que inscribieron bajo su efigie, la cual Zelaya —al derrotar a sus correligionarios de León en abril de 1896— ordenó modificarla así: “Duerme que tus soldados huyen”.
Jerez fue también discípulo de Paul Henri Dietrich, barón de Holbach (1732-1789), a quien admiraba por su materialismo basado en la ciencia física. Por algo se entusiasmaba con el estudio de la Geología. Holbach, francés de origen alemán, afirmaba: “Si la ignorancia sobre la naturaleza dio nacimiento a los dioses, el conocimiento de la naturaleza está destinado a destruirlos”. Ahora bien, su racionalismo lo transformaba, dentro del campo político, en principios; y uno de ellos era la incompatibilidad entre la democracia moderna y el catolicismo. Como liberal nato y masón, no podía aceptar lo contrario.
Él era un demócrata a ultranza, un creyente en el legado ideológico de los próceres independentistas de Norteamérica, como Washington, en la Revolución Francesa y en Simón Bolívar; un sucesor de los liberales centroamericanos que se empeñaron —como José Francisco Barrundia y Pedro Molina— en realizar la independencia: para lanzarse con fe y con valor en la senda del derecho —sostuvo en 1875—; para pasar de abyecto coloniaje a la República democrática, que es la síntesis de la justicia pública; y para consagrar, según la expresión del presidente Monroe, todo el continente americano a la libertad republicana. Pero su mejor biógrafo, el granadino Enrique Guzmán, lo consideraba el más iluso y delirante en política de los nicaragüenses.
Esta fe democrática y jurídica incluía la elección directa —a partir del sufragio universal y no por medio de juntas electorales— que enumeró entre los puntos programáticos de la revuelta de 1869, al igual que la especial atención a la enseñanza primaria, costeada por el Gobierno y la enseñanza libre, y consiguiente abolición de los efectos legales de los grados académicos. Por fin, el fomento de la industria, especialmente por el libre cambio, y por la constante mejora de las vías de comunicación eran dos elementos más del citado programa. Y es que Jerez, al igual que la mayoría de sus coetáneos —pienso en el argentino Faustino Sarmiento— se adhirió al proyecto de las burguesías criollas hispanoamericanas, de adoptar en sus respectivas sociedades economías de tipo capitalista progresista, tomando de modelo la norteamericana. De ahí su no disimulada admiración hacia el desarrollo de los Estados Unidos y su ponderación de la comunicación moderna como panacea civilizadora: Solo el ferrocarril y el telégrafo pueden vencer el desierto, que es nuestro principal enemigo; solo mediante la implantación de esos grandes motores de la civilización, podemos dar a nuestros pueblos hábitos de trabajo, de orden y de moralidad: solo así podrán aprender nuestros pueblos la ciencia de la administración y del gobierno.
Mas este entusiasmo en el progreso decimonónico adolecía de una fuerte dosis de ingenuidad. Así lo demostró palpablemente la contrata que el partido de Jerez —a través de Francisco Castellón— firmó con Byron Cole, de incorporar soldados inmigrantes al ejército del mismo partido. Incluso el propio Jerez, durante el sitio de Granada, intentó otra contrata con un norteamericano, pero no tuvo éxito como aquella. Sin duda, ese recurso no estaba reñido con su ideología; por el contrario: era consecuente con ella, siempre y cuando no atentase funestamente contra la existencia soberana de la Nación y, por ende, de la recién disuelta Federación Centroamericana.
Ideas educativas
Por eso Jerez supo reivindicarse con sus acciones en la guerra nacional del colaboracionismo filibusterista que sus detractores le atribuían. Pero este tema ya ha sido tratado con amplitud por otras plumas. Y de forma polémica. Pasaré, entonces, a sus ideas educativas que incluían, en la práctica, la reforma de los planes de estudio y, metodológicamente, el sistema de enseñanza mutua o lancasteriana. Todo con un objetivo: sacar la mente de la especulación escolástica y conducirla a la observación directa o positiva. En pocas palabras, fue educador racionalista. En él vibraba un competente profesor, a quien la época arrastraría a la acción. Pero cuando ésta lo conducía al fracaso, el magisterio se imponía en su personalidad. Su etapa más reconocida la emprendió, de 1863 a 1868, en San José, Costa Rica; durante ese lapso enseñó tanto en la Universidad de Santo Tomás como en el centro de secundaria que había establecido. Pero la etapa nicaragüense, concentrada en Rivas de 1870 a 1875, resultaría más notoria. Siguiendo el modelo del Liceo de Costa Rica, su colegio renovó la pedagogía tradicional y sirvió de estímulo para la fundación oficial en 1874 del Colegio de Granada, con profesores contratados en España.
En fin, su convicción de educador lo llevó a atribuir la imposibilidad de ver colmados sus ideales al hecho de que se había empeñado por imponer al pueblo la democracia antes de enseñarle a amarla. En otras palabras, sostenía que para consolidar un sistema democrático es necesario disponer de un pueblo capaz de administrarlo, es decir, con una base educativa, forjadora sostenida del mismo sistema.
Correspondencia íntima
En una carta a su esposa, Jerez como cónyuge emite una opinión progresista para la época: tengo por bárbaros y salvajes a los maridos que se usurpan el derecho, que no existe, de imponer su voluntad a sus esposas (28 de noviembre, 1876). Y en otra posterior, dirigida a sus hijos que regentaban su colegio de primaria y secundaria en Rivas mientras él se hallaba en Honduras, da un consejo didáctico relacionado con el uso de la voz en el aula. El calor y empeño que se toma por hacerse uno entender de los discípulos hace esforzar inmensamente la voz, y aún al parecer, por necesidad; pero no: no es necesario; y además para la salud de un maestro es preciso cuidar mucho no agitarse empeñando la voz: es consejo de la mayor importancia.
En la otra carta, también dirigida a sus hijos, se presenta como lo que era en lo más de su ser: un empeñado unionista de Centroamérica, aparte del líder regional de León. De todas sus piezas epistolares, es la única vinculada al ideal que marcó su existencia. En ella comenta su reciente desilusión de la causa nacionalista —como se le llamaba al unionismo centroamericano—, a solicitud de su hijo José de la Cruz. Entonces se había apartado de la política tras aglutinar a unos nicaragüenses, expulsados por el presidente Pedro Joaquín Chamorro Alfaro, para adherirse a la reorganización de las naciones del istmo bajo la égida del gobernante liberal guatemalteco Justo Rufino Barrios (1871-1885). Así nació el movimiento armado de “La Falange”, en Honduras, que tenía algún tiempo de haber fracasado.
Diplomático y su muerte en WashingtonLa otra imprescindible faceta de Jerez fue la diplomacia. Su primer cargo correspondió en 1842 al ejercicio de la Secretaría de la Legación que encabezaba Francisco Castellón en Francia e Inglaterra; luego, representando a Nicaragua, firmó el Tratado de Límites con Costa Rica el 15 de abril de 1858. Inmediatamente se dirigió a Washington para reanudar relaciones oficiales, interrumpidas por una fuerte declaración del presidente y general Tomás Martínez. Treinta años después culminaba su carrera al ser nombrado por el presidente Joaquín Zavala, a fines de 1880, enviado extraordinario y plenipotenciario de Nicaragua en Washington. Orlando Cuadra Downing escribe al respecto: Iba desempeñando su misión con resultados halagadores cuando el 2 de julio de 1881, un maníaco disparó dos tiros de pistola, hiriendo gravemente al presidente (James A.) Garfield. El ministro Jerez cuenta a su señora esposa con detalles el incidente. Sigue con interés el estado gravísimo del mandatario. Hace reflexiones sobre el resultado de su misión en caso de que el presidente muera. El éxito de sus ideales, a los que había dedicado su vida, dependía de aquel hombre debatiéndose entre la vida y la muerte. Vaticina con el deseo de su esperanza. “Hoy el presidente continúa, tal vez no se muere” —concluía una de sus cartas.
Un mes después, el 11 de agosto de 1881, un ataque al corazón fulminó como un rayo la vida de Jerez. Otro mes más tarde moría, en septiembre, el presidente Garfield. Exactamente el 18. ¿Su asesino? “Un tal Carlos Guitaeu, de Illinois, descrito por Jerez como “un hombre atarantado que pretende haber hecho mucho en la elección de míster Garfield, en la que ciertamente anduvo de arriba abajo, aunque se dice que sus trabajos eran tontos e inútiles”. El caudillo liberal, pues, falleció como miembro del servicio exterior nicaragüense durante el Gobierno de Joaquín Zavala (1879-82).
Balance de un revoltoso liberal
En resumen, visto desde nuestros días, Jerez revela una personalidad compleja y de pasiones exaltadas. No en vano era un romántico signado por el arrebato y el desinterés; un revoltoso en el sentido de que recurría, para imponer sus ideas e ideales, a las armas.
Por eso, como afirma Constantino Láscaris, “en su patria ha sido objeto de culto venerado por los liberales, y de ataque sañudo de los conservadores”. Si estos lo reducen a incorregible y cruento, aquellos lo elevan a la categoría de apóstol laico. Yo prefiero interpretarlo dentro de sus propias circunstancias históricas, como predicador del liberalismo decimonónico y representante de un sector medio que desempeñaba la hegemonía política en la clase dominante de la región occidental de Nicaragua. Prefiero delimitar su fe democrática y su actitud antioligárquica, su pensamiento avanzado para la época —tanto en el campo filosófico como en el educativo— y, especialmente, su obsesión unionista y patriótica: “Ese fanatismo patriótico que me arrastra en la corriente de los sucesos”, como se autorretrató en una carta íntima. En suma, aquellos elementos que hicieron de él una versión frustrada de Garibaldi en Centroamérica, continuando a Morazán, a Cabañas y demás predecesores ilustres; que lo transformaron —de acuerdo con Santiago Argüello— en “la fe con sable” y en “la libertad convertida en corazón”.
Fuente de información;
http://www.elnuevodiario.com.ni/especiales/278016-maximo-jerez-ideas-e-ideales/
Máximo Jerez
Nació en la ciudad de León el 11 de junio de 1818. Estudió leyes, llegando a convertirse en abogado, una profesión muy valorada en esa época; desde muy joven se destaca por su interés en la política, razón por la cual en 1843 es enviado a Inglaterra como Secretario de la Embajada de Nicaragua, regresando a Nicaragua dos años después (ver Salvatierra, 1950).
Hasta el momento, no hay ninguna actitud que merezca ser llamada antinacionalista, pero para eso hay que discutir un poco acerca de las misiones diplomáticas que le fueron encargadas a Jerez, al término de la guerra.
Pero para comprender un poco mejor la situación en la que se vio envuelto Máximo Jerez, tenemos que retroceder un poco en la historia, hasta 1838, cuando la Federación Centroamericana desapareció y los problemas con Costa Rica se agudizaron más, ya que tanto Estados Unidos como Inglaterra, intentaron, de manera infructuosa, delimitar una nueva frontera de Costa Rica con Nicaragua, hasta que el 6 de julio de 1857, nuestro país, en muestra de agradecimiento por el apoyo prestado por Costa Rica en la guerra contra William Walker, decide, mediante un tratado firmado por Gregorio Suárez en representación de Nicaragua y por José María Cañas en nombre de Costa Rica, ceder las provincias de Nicoya y Guanacaste, así como establecer nuevos puntos de referencia para trazar la frontera (ver Arellano, 1997).
Pero el gobierno costarricense, interpretando este acuerdo como un gesto de debilidad, rechaza, el 5 de agosto, el tratado limítrofe, por lo que intenta apoderarse manu militari (a mano armada) de la fortaleza de San Carlos, el único puesto militar en el río San Juan, que permanecía en poder de Nicaragua. A pesar de que Nicaragua acababa de terminar una guerra, por decreto número 1970 de 1857, se levantan dos ejércitos, uno liberal y al mando del leonés Máximo Jerez y el otro al mando del conservador de Granada, Tomás Martínez (ver Gámez, 1977).
El gobierno de Costa Rica, al ver el exacerbado ánimo nacionalista de las tropas nicaragüenses, pide la paz y una nueva ronda de negociaciones, por lo que José María Cañas es enviado para negociar con el recién electo Presidente Martínez y con Jerez en Rivas, para que luego se firmase, en ese mismo mes de agosto de 1857, el tratado Cañas-Jerez (ver Arellano, 1997).
Sin embargo, el 24 de noviembre, una sombra del pasado desembarca en Punta de Castilla, logra ocupar San Juan del Norte (hoy San Juan de Nicaragua) y El Castillo es capturado; era William Walker. Por esta razón, los gobiernos de Nicaragua y Costa Rica, temiendo una reedición de lo sucedido en 1856, deciden suspender las diferencias territoriales al firmar un “Acuerdo de Paz”, el 8 de diciembre de 1857. En este acuerdo se estipulaba que los límites entre Nicaragua y Costa Rica “serían los que se habían establecido en el último Tratado celebrado en Managua” (ver Arellano, 1997).
Suerteramente, Walker fue capturado ese mismo día por fuerzas del gobierno de Estados Unidos y Máximo Jerez logra, con la ayuda de una importante fuerza en el fuerte de San Carlos, recuperar para Nicaragua, la fortaleza de El Castillo. Superada esta crisis, la Asamblea Constituyente de Nicaragua decide rechazar el “Acuerdo de Paz”, pero gracias a las gestiones del ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua, Gregorio Juárez, las negociaciones son reanudadas, por lo que se comisiona a Máximo Jerez a viajar a San José, Costa Rica para que resuelva el conflicto territorial (ver Arellano, 1997)..
Costa Rica nombra al general José María Cañas como representante. El tratado de límites del 15 de abril de 1858 fue firmado con la mediación del salvadoreño Pedro Rómulo Negrete. Este tratado, con condiciones mucho más onerosas para Costa Rica que las estipuladas en el tratado de 1857, es conocido como el Jerez-Cañas. La opinión que quizás más se adecue es la del ministro (embajador) de Estados Unidos en Nicaragua, Mirabeau Lamar: “…Nicaragua ha concedido todo lo que Costa Rica le pedía y probablemente más de lo que esperaba obtener…” (ver Gámez, 1977).
Este tratado de límites fue ratificado por el ejecutivo costarricense el 16 de abril de 1858, pero a la vez, fue recibido con inconformidad por Nicaragua y por esto, no fue ratificado hasta el 4 de junio de 1858; sin embargo, el presidente Tomás Martínez, pasó sobre la Asamblea Nacional y autorizó un canje de ratificaciones más de dos meses antes de efectuarse la ratificación oficial, el 26 de abril de 1858 (ver Arellano, 1997).
¿Que tal? Nada más y nada menos que nuestro héroe Máximo Jerez fue quien entregó el río San Juan a nuestros vecinos del sur. Esto es algo que no está en los libros de historia con los que aprendemos en primaria, y mucho menos en secundaria.
Por esta razón, somos partícipes inconscientes en la glorificación de una persona que es la causante de un conflicto limítrofe, que a la fecha permanece aún sin resolver.
Por supuesto que no trato de restarle méritos a una persona, que a pesar de haber firmado un tratado limítrofe que tuvo consecuencias negativas para Nicaragua, tuvo un liderazgo indiscutible, una notable carrera política y sobre todo lo anterior, una persona que fue precursor en la introducción de la ideología liberal en nuestro país; sino simplemente de mostrar los dos lados de la moneda.
Quizás lo que en realidad sucede es una especie de transformación, de la actitud heroica y desinteresada a una actitud más centrada en el bienestar personal. Esto se puede observar en la figura de Máximo Jerez, quien en sus primeros años en la política, se comportó como un liberal de convicción, así como un nacionalista a ultranza.
Aparentemente, el cambio en la actitud de Máximo Jerez se dio luego del final de la Guerra Nacional, cuando se alió con su otrora enemigo Tomás Martínez, para gobernar Nicaragua de manera interina.
Otro dato importante acerca de Máximo Jerez, y que es a menudo omitido, es el hecho que cuando estaba muy pequeño, él –en compañía de sus padres– se trasladó a vivir por un tiempo a Costa Rica.
Quizás lo que exista en torno al general Jerez no sea más que una confusión: él era simple y sencillamente, un político; si bien es cierto que enarboló por un tiempo la bandera del nacionalismo y del liberalismo, terminó en realidad siguiendo los ideales conservadores y los de su beneficio personal.
Quizás lo más acertado sería especificar que durante un tiempo, Máximo Jerez se comportó como un héroe nacional, mientras que en otro período, no lo hizo. Pero en una nación que cada día está más fraccionada, ya sea por motivos ideológicos, económicos o sociales, es a menudo reconfortante pensar que en algún momento de la historia de Nicaragua –aunque no sea de esta forma exactamente–, existieron patriotas, que merecen nuestro respeto y que son un ejemplo a seguir, sin distingo de colores políticos, credos religiosos o situación económica: simplemente honraron a su patria.
Entonces nos encontramos ante una paradoja: si mantenemos esos falsos modelos, podríamos instar a las nuevas generaciones a tomar como ejemplo a personajes que tienen una biografía maquillada o caer en la cuenta que nadie es perfecto y que aún aquellos que ostentan el título de “héroes” en algún momento se comportaron de una forma no muy “heroica” que digamos.
Este dilema moral amerita un estudio más profundo, acompañado de un análisis de corte psicológico para probablemente llegar a una conclusión ambigua, teniendo que escoger un mal menor.
Estoy seguro que la situación de Jerez se repite una y otra vez en otras figuras denominadas heroicas. La verdad es que éstas han servido a muchos para encontrar un camino al patriotismo.
Bibliografía
• ARELLANO, Jorge Eduardo (1997), Historia básica de Nicaragua, vol. 2, Managua, Fondo Editorial Cira.
• AYÓN, Tomás (1977), Historia de Nicaragua, tomo II, Managua, Fondo de Promoción Cultural del Banco de América.
• GÁMEZ, José Dolores (1977), Historia de Nicaragua, Managua, Fondo de Promoción Cultural del Banco de América.
• SALVATIERRA, Sofonías (1950), Máximo Jerez inmortal, Managua, Tipografía Progreso.
Fuente de información;