Archivo | junio 2015

Con Eunice Odio, en Granada

 

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Eunice escribe descalza, dice que de esa manera las energías de la tierra suben a sus poemas. De ser sido socialmente aceptable, andaría descalza siempre. O desnuda.

Ustedes conocen el gallo pinto, recuerdo la disputa más tonta del mundo sobre el origen del gallo pinto, que si es nica o si es tico. Al pinto que desayuné hoy le pregunté de dónde era, y me respondió: no hagas preguntas idiotas, come tranquilo antes de que me enfríe, disfruta, mézclame con huevito y tortilla.

Esto viene al caso porque Eunice tenía una manera muy particular de preparar el gallo pinto: solo lo cocinaba una vez al mes, cuando podía dejar el arroz y los frijoles toda la noche bajo la luna llena. Luego, lo que en Costa Rica se llama los “olores”, o sea, el culantro, el chile dulce y la cebolla, especias como le dicen en Nicaragua, las marinaba en poesía erótica para que fueran agarrando ese saborcillo a gota de sudor en la punta de la lengua. No mezclaba con cuchara sino con sus manos descalzas. No mezclaba el arroz y los frijoles en un sartén sino en una olla de arcilla.

Según su biógrafo Pier Paolo Celestinni le gustan las películas francesas en las que ella cruza la calle, llueve, y él cuenta exactamente el número de gotas que caen sobre ella.

Luego él recoge esas gotas y con ellas hace un té de jazmín y se lo lleva a la protagonista y le dice “un té de ti”, y lo beben juntos. Estas películas francesas conmueven a Eunice.

Ella es incapaz de despertar temprano, abre los ojos a eso de las nueve, cuando ya todos los que piensan que hacen algo importante en ministerios y bancos revisan documentos que nunca llevan a la verdad que le interesa a Eunice.

Su hora favorita es cuando el atardecer se marcha y llega la noche. Ese tránsito de luz la transforma. Dice que deja de ser una para convertirse en otra, y que incluso físicamente cambia, sus ojos se agrandan, sus labios se sonrosan y su voz se vuelve más gruesa.

A veces no era fácil reconocerla de noche. De noche pierde la fragilidad de la mañana. En Wikipedia se puede leer que uno de sus amantes granadinos afirma que hacer el amor con Eunice en la noche es una experiencia completamente diferente de hacerlo en la mañana.

Fuma porque en el humo ve palabras que la llevan a los poemas. Bebe porque escucha palabras que la embriagan. Los poemas de Eunice dicen cosas que nunca se habían dicho antes. Y ella los escribe como si inventara las palabras. Eunice es una guerrera, nunca deja de combatir, y solo se rinde cuando el amor y el placer la asedian.

Le gusta coser. Le gusta hacer las compras en el mercado. Toca cada fruta antes de comprarla y a veces ya no la necesita porque el espíritu de la fruta se transfiere a su espíritu.

Camina bajo la lluvia. Aprendió a bailar tango en Argentina. Aprendió a defenderse en Costa Rica. Aprendió a amar en Nicaragua. Aprendió a tirar las cartas del tarot en Guatemala y aprendió a disparar una 38 en México.

Le gusta que la confundan con otra persona en la calle. Con actrices o vendedoras de tabaco, con vendedoras de flores o con falsificadoras de pinturas.

Su faceta más polémica es la de vendedora de hierbas medicinales, si hubiera vivido en la Edad Media la hubieran quemado por bruja, y de cierta manera la quemaron por poeta.

Su lugar favorito de Granada es sentarse frente al lago Cocibolca, esas fotos que aparecen en su facebook lanzando piedritas blancas al lago, no son piedras, son papeles arrugados, o sea, poemas arrugados.

Porque escribe poemas no para publicar o ser incluidos en antologías, sino para alimentar al lago. Sus papeles arrugados se convierten en peces rojos, son pescados y cocinados con aceite de oliva e hierbas.

Le gusta bailar. Cuando baila se siente primitiva. Cuando baila es una mujer anterior a la invención del cristianismo, libremente pagana.

Eunice es una mujer como cualquiera de las que caminan por la calle. Con las mismas ganas de vivir, de no ser encerrada en una jaula invisible. Eligiendo para darse a entender nada más que palabras. He escuchado rumores de que yo inventé algunos de estos datos o toda esta biografía, lo cual es falso, todo es rigurosamente cierto. Todo está en internet, como las marcas de los más extraños tipos de té.

PRELUDIOS

Eunice Odio

à yeme esta canción que en mí te nombra
carne para la fruta necesaria.
Cuando la soledad
bajo tu nombre oída y apretada,
Cuando yo era como niño enterrado
a quien llaman por su nombre pasado,
y responde, y no se oye en sí mismo;
Y mi mano en el fondo,
confundida,
tenía ya atisbo, llave, forma mía,
Y se sentía más arriba del pecho y del abrazo
como corona alegre y consumada.
Tú me llamabas a tu nombre,
y vine,
con clara identidad de nacimientos,
con la veraz acostumbrada gracia
con que sueñan su honor las catedrales.
Tú eres ya de día junto a la noche.
Ya soy contigo el día,
y en virtud de la ausencia en que me evoco
miro cómo mi forma me comparte,
cómo respiro en pelo y a mansalva,
por dentro de mi voz y no a lo largo.

ACORDE FINAL

Eunice Odio

Al borde de alegres segadores tiembla el agua,
y ofrece para el orden del labio complacido
dulce rumbo crecido de preñadas mañanas,
y agraria transparencia, dulcemente encendida.
El trigo coronado de apretada espesura,
retiene el desbordado color con que le ordenan
—vecino de la carne— colmarse en primavera.
El ganado decrece tiernamente en lo oscuro
donde dilata el suelo su asombrosa corriente,
y la abeja termina su tránsito de nieve,
y su majada oculta sobre tímidos jaspes.
Y tú, Amado,
que pones rumbo fijo al arado
que circuye la tarde y apresura la rosa,
Dónde tienes el pecho frondoso de raíces,
dónde la sien desnuda sin regazo ni término.
Sobre los pastos suaves, cándidos mayorales
habilitan la uva en que se aloje el vino,
y congregan el clima en que crezca su aroma
y reparta en la lengua manojos de alegría.
Así el verano atiende su reciente hermosura
y sobre el viento solo distribuye sus pájaros.

Así el nácar esparce su quietud y deleite
y su color silvestre reanuda y apacienta.
¡Oh dádivas,
Oh dones terrestres,
Oh suaves alimentos;
Solo agotar la siembra con el pecho,
Solo desembocar al gozo y detenerse
Oh piel,
Oh ceniza colmada y balbuciente!

SINFONÍA PEQUEÑA

Eunice Odio

Cascabel,
cascabelín,
para que duerma el lebrel
la Luna pone un cojín
campanón
campanería,
la noche roba un ropón
para vestirse de día.
Violoncín,
violoncelo,
el sol deja su pañuelo
y se lleva su espadín,
campanolín,
campanada,
el pájaro cantarín
se bebe la madrugada.

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Esta entrada fue publicada en junio 21, 2015.